“No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento.”
Mario Benedetti.
Ni en mi mejores sueños podía imaginar que pudiese disfrutar de unas autenticas vacaciones de verano a principios de Octubre. Pero el destino es así de caprichoso, me negado dos buenos planes que tenía, el camino primitivo andando con Borja y el camino de santiago en solitario, ofreciéndome la posibilidad de volver a Gredos y por fin cumplir un sueño de hace varios años, subir al Almanzor.
Hemos Madrugado lo justo para no llegar excesivamente tarde a la plataforma pero como soy un cabezón y me empeño en ir a Gredos por la carretera de los pantanos sin pasar por Ávila termino dando más vuelta para terminar perdiéndome. Pero cuando estas de vacaciones estas cosas no se tienen en cuenta y más cuando te acercas a la soledad de una zona de montaña que por ser día laborable la tienes para disfrutar casi en exclusiva.
Es la primera vez que voy a la plataforma de Gredos y estoy disfrutando a tope de un paisaje que estoy seguro gana kilates en invierno y primavera, esta seguramente sea una de mis últimas travesías en un año, por eso quiero disfrutarla, quiero volver a sentirme hermanado con la montaña como en el pirineo y disfrutar cada segundo de estos dos días que se presentan increíbles.
Apenas hay unos cuantos coches en el aparcamiento, buena señal, tan solo las vacas campean rumiando las hierbas secas que este otoño disfrazado de verano se niega a revitalizar con su verde primaveral. La senda de la LagunaGrande se anuncia como un viaje a las Glaciaciones del Cuaternario, esta empedrada, muy cuidada y se camina fácil lo que te permite disfrutar del entorno. La senda tiene algo menos de 7 kilómetros hasta la laguna Grande unas 2 horas y media de pateo, siendo los primeros 4 kilómetros de subida hasta los barrerones. Paramos en la fuente de los Cavadores para descansar un poco y repostar agua. Un parajillo juguetea un rato conmigo, va dando saltitos de lado a lado hasta que se queda un buen rato junto a mí mirándome hasta casi dejándose acariciar. Al retomar la marcha el pajarillo continúa con nosotros un buen tramo revoloteando a ras de suelo, como mostrándonos el camino.
Al llegar a los Barrerones ya tenemos el circo de Gredos ante nosotros, precioso y con muchos secretos que contarnos a medida que nuestras botas se vallan ganando el derecho de conocerlos, pagando con sudor y esfuerzo cada metro que estos picos piden por dejarte asombrado. La senda de repente me deja ver por primera vez la laguna de Gredos y me enamoro de ella, de su enclave de su tonalidad del agua, de su calma. Se que tal vez la estoy viendo como a una mujer recién levantada, pero si así es cuando esta más feas no me quiero ni imaginar como estará con todo el maquillaje de una primavera en ebullición.
El refugio Elola esta situado a los pies de la laguna y es donde tenemos reserva para pasar la noche, nos asignas las taquillas y dejamos las mochilas con el peso justo para afrontar la subida del Almanzor. Comemos un bocata y nos ponemos de nuevo en faena con algo de apuro en nuestro paso ya que en principio tenemos el tiempo justo para subir y bajar antes de la hora de la cena y que se haga de noche claro.
Una vez que te orientas en la subida ya es todo para arriba, ves lo que te queda y tiemblas, en la cima se puede vislumbrar el vértice geodésico que es nuestro objetivo del día y mi sueño desde que estudiaba los montes y los ríos en el colegio. La subida es realmente dura ya no solo por el desnivel que se va salvando sino por el tipo de terreno, canchal de los incómodos de caminar, pasamos el nevero y afrontamos la Portilla del Crampón algo así como una escalera hacia el cielo en el que cada paso es un triunfo para un senderista gordito y con una lesión de rodilla que hace un rato le esta avisando que afloje. Pero teniendo tan cerca el pico cualquiera se da la vuelta.
Las vistas una vez superada la portilla son espectaculares compensando cada gota de sudor que has dejado en el camino, pero nos queda el premio gordo, el pico y este se nos resiste un poco ya que nos confundimos de camino y nos pasamos de largo pero rectificamos justo a tiempo logrando llegar al tramo de trepada complicado que he confesar nos lleno un poco de dudas, mas por la bajada que por la subida. Una vez decido dejar de plantearme tonterías me pongo a trepar y voy superando todos los obstáculos hasta que por fin hago realidad mi sueño, cumbre del Almanzor conquistada, y una vez más he puesto vistas a esas lecciones de geografía en las que yo me perdía en las fotografías. La sensación de estar solo en la cumbre, con el frescor de una tarde que comienza su ocaso y el mundo a tus pies no tiene nombre, estoy realmente feliz. Borja no ve necesario llegar hasta el vértice y comienza el descenso, me lo encuentro de nuevo en el punto que más dudas nos dio en el ascenso y no lo ve claro, me sitúo y de repente lo veo nítido, no hay que intentar bajar de espaldas, hay que hacerlo de cara al precipicio y lo supero sin una duda ,ni mayor dificultad, lo que es el miedo y la cabeza. Borja me sigue y con la confianza de tenerme abajo lo supera sin mayor problema. Hemos subido a buen ritmo y la bajada también se nos da muy bien, en el tramo de la portilla nos encontramos con un Padre y un Hijo que serán los últimos del día en coronar la cumbre y van con el tiempo muy justo, son compañero de refugio y nos despedimos hasta la cena deseándoles buena suerte.
La luna se asoma al circo entre sus riscos dejando una foto preciosa en la retina. Una vez en el refugio como no tienen suficiente agua las duchas están “restringidas” por lo que nos apañamos con asearnos un poco con el agua de la laguna. En el refugio nos alojamos un médico de León, El Padre con el Hijo y una pareja de compañero de trabajo que van a escalar la Galana al día siguiente. Entre charlas pasamos la noche, la cena y la hora de silencio que al estar en familia se hace algo más tardía.
Estoy muerto de sueño, de cansancio, no me he podido duchar, hemos cenado en un banco de madera recogiendo nuestra mesa al terminar como es norma en los refúgios, pero me meto en el saco con una sonrisa de oreja o oreja, en la segunda fila de una litera corrida y pensando que William Cowper también sintió lo que yo siento cuando dijo La felicidad depende, como muestra la naturaleza, menos de las cosas exteriores y más de las interiores.
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