De Chamonix a Courmayeur: "
Solo las cimas de los picos, allá sobre los cuatromil metros estaban iluminadas, despertadas por el amanecer de un nuevo sol pero abajo, en el valle, aún reinaban las sombras y aún mantendrían su dominio durante unas cuantas horas más. No sería hasta media mañana que los primeros rayos del sol alcanzaran lo más profundo de Chamonix.
El tiempo, no se equivocó y había apostado por un día fantástico, sin apenas nubes en las cimas. Ideal para ver la parte superior del macizo del Montblanc, así que subíamos en el primero de los teleféricos de la mañana volando al ras de las paredes verticales atravesábamos un tímido y algo discreto mar de nubes para alcanzar el final del primer trayecto. Una pequeña parada a 2233 metros. Les Glaciers, Plan de l’Aiguille.
(Desde Plan de l’Aguille, mirando hacia Aiguille du Midi)
Cambio de teleférico y ahora si, hasta el infinito y más allá. Hacia las cumbres nevadas, a sobrevolar glaciares, hacia el más lujoso mirador de la zona. Los 3842 metros de Aiguille du Midi que daban una vista de 360º sobre los Alpes. El pico más alto de las agujas de Chamonix, una picuda cordillera dentro del macizo, como si fueran una muralla protectora.
(Algunos picos y sus repectivos nombres, cortesía de Google Images)
La vista no podía ser más majestuosa, porque ese día, el rey se dejaba ver. El Mont Blanc, imponente se elevaba aún mil metros más sobre nosotros. Desde nuestra posición no lo parecía, pero las dimensiones eran tales que ya no se podía confiar en la percepción de los sentidos. Y sólo los ojos de águila o los más miopes con ayuda de prismáticos (o esas lentes con zoom que tanto pesan) podían ver en lo más profundo de la montaña, pequeños puntos que apenas se movían. Los más osados que deseaban llegar a la cima, a tocar la corona del rey.
(El Mont-Blanc arriba a la derecha y uno de los campamentos base abajo a la izquierda. Si, son los puntos rídiculos)
(La espectacular lengua del Glaciar de Bossons, por encima de Chamonix)
“Van tarde” Apuntó Bitrix, nuestra guía. “Para hacer cima en el Mont Blanc hay que salir de madrugada”. No era sólo cuestión de ver el amanecer desde la cima, sino de aprovechar los suelos más fríos. Según avanzaba el día, el ardiente e inmisericorde sol iría ablandando la capa exterior de la nieve y con ello podían llegar los desprendimientos. La montaña a 5000 metros no suele tener mucha piedad de paseantes. “Lo más seguro es que no lleguen al Mont Blanc, sino que hagan cima en alguno de los picos anteriores, como el Mont Blanc du Tacul”.
Tampoco era moco de pavo. A nuestros pies, en la lejanía, estaba el campamento base. Un puñado de tiendas semienterradas en la nieve, lugar donde pasar la noche antes de lanzarse a subir la cima, paso a paso por su cara Norte. Había otro camino, más habitual que llevaba a alcanzar la cumbre algo más al Oeste, pero quién tiene una montaña delante tiene un reto y siempre hay nuevas caras, nuevas vetas, nuevos pasos por donde subir.
(Paseando por las crestas, ¿Quién dijo miedo?)
Nos fijábamos en el Mont Blanc por eso de ser el más grande, el primo de zumosol del macizo, pero no era ni de lejos el principal objetivo de los escaladores, que se repartían entre muchos de los picos de la zona. Era indudable que subir al Mont Blanc tenía ese extra de estar a sus 4.810 metros en el punto más alto de Europa Occidental, pero como bien nos indicaban, hay picos mucho más satisfactorios. Cuatromiles que faltos de la publicidad del Mont Blanc no despiertan tanto interés, y allí si, el mundo y el pico es completamente tuyo.
(Ejercicio de escala. Identifiquen la segunda fotografía en la primera e identifiquen a los escaladores en la segunda fotografía)
Lo miraba con esos ojos que decían “algún día, algún día” mientras me volvía a la estructura sobre la que nos encontrábamos. Rejillas, cemento y barandillas que reptileaban sobre la aguja de roca, horadándola para permitir que un ascensor llegara hacia lo más alto. Era una loable obra de ingeniería, que había desafiado la credibilidad de propios y extraños cuando se completó en 1955. Antes de eso, cuando se completó el primer tramo que ascendía hasta Plan de l’Aguille se había dejado por imposible. No se podía hacer.
Aunque ya saben como funciona esto, basta con que alguien diga que no se puede hacer, para que haya quién se lo rebata. Y máxime sí avispado, huele el negocio. Conseguir llevar al gran público a las cimas de las montañas sin despeinarse, habría de ser bastante rentable y sobre todo si se convertía en el teleférico más alto del mundo.
Así que la obra de alpinismo-ingeniería fue asombrosa, heroica y descomunal. 30 guías de montaña que escalaron durante dos días hasta la cima llevando consigo un cable de casi 2 kilómetros de longitud y más de una tonelada de peso. Estamos hablando de un desnivel de 1500 metros.
Unos héroes probablemente acuciados más por el ganarse la vida que por la hazaña, pues las condiciones de trabajo, durísimas, acabaron dejando la vida de más de uno entre las inmisericordes rocas. Hoy en día, sólo una pequeña exposición (muy digna de ver) en el interior del complejo, recuerda todos los problemas que tuvieron para llevarlo a cabo. Fotos en Blanco y negro, trabajadores con pana y bombachos desafiando al frío y la vértigo para que hoy podamos llegar al cielo de Europa. De poco servirá en estas fechas, pero les estoy muy agradecido, que lo sepan.
Por que poder contemplar la naturaleza en tanto esplendor, es un regalo (bueno, un regalo no, que el teleférico sigue costando hoy en día una pasta) que no sucede tan a menudo como pudiera parecer, pues era un día tan calmado y sin viento que hasta a casi 4000 metros la ropa de abrigo que llevábamos empezaba a sobrar. No hay al año días tan gloriosos como este.
Pero el recorrido no acaba allí, quedaba una de las partes más interesantes del trayecto. Atravesar el Macizo por completo hasta llegar al otro valle más allá de los picos nevados. A Italia. Un nuevo teleférico atravesaba el Mar Blanco del Glaciar de Géant, de superficie agrietada y salvaje hasta llegar a Punta Helbroner en la frontera y a 3462 metros. Decían que en el invierno, cuando más y más capas de nieve cubren hasta lo más recóndito del valle, son muchos los que esquían por encima del Glaciar, llegando casi hasta abajo por el Mar de Hielo, en un recorrido que lleva casi todo el día sobre las tablas. También más de uno acaba saliéndose del camino para acabar hundiéndose entre la nieve y atrapado en las grietas del glaciar. La montaña, ese odioso amante.
(El mítico Fotomaf en plena frontera franco-italiana)
(Si se fijan con anteción, verán un pequeño pico, en forma -imaginación mediante- de colmillo al que han llamado el Diente del Gigante. Su característica es que no suele estar nevado. Nunca. Pues los vientos lo azotan tan fuerte que se llevan toda la nieve que pudiera haber)
El otro lado del macizo, que bajaba hacia Courmayer mostraba otra imagen dentro del conjunto alpino. Mucho más soleada (se notaba la vertiente Este), tremendamente verde y con el diminuto pueblo de Courmayer al fondo. Hora de darse a las comida italiana, cambiar el merci por grazie, y darse a las pizzas al horno de leña para recuperar fuerzas. Sé lo que estáis pensando. ¿Recuperar fuerzas? ¿Pero de qué? Si lo has hecho todo en teleférico, mangurrián. Muy cierto, pero subestiman ustedes lo que gasta la emoción y yo tenía de sobra para varios días. (¿Y desde cuando pongo yo excusas para comer?)
La vuelta en cambio la hicimos atravesando Moria en autobús. Bajo el macizo. Atravesando el monte con 3 kilómetros piedra sobre nuestras cabezas. Lo cual, a pesar de su supuesto efecto psicológico no deja de ser un túnel largo fantástico para echar una cabezadita y salir ya, de vuelta en la valle de Chamonix.
¿Y con un bautizo en los Alpes como este? ¿A que sabría el resto de los días por los Alpes? ¿Se quedarían en un quiero y no puedo o seguirían sorprendiendo? Ah… sorpresa sorpresa. Permanezcan atentos al próximo capítulo de este, ¡¡su serial amigo!!
Más info: YokmoK
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